viernes, julio 08, 2011

No estoy en Facebook

Mi vida cotidiana no es objeto de una enjundiosa cobertura fotográfica que da cuenta de casi cada comida con los demás, cada plaza que piso, cada cerveza que me tomo. 

Y eso no me parece ningún problema; las escenas de mi vida privada no tienen por qué interesarle a los demás. Mi situación de pareja es pública sólo ante quienes me conocen directamente, no es un "status". De hecho, si de "status" hablamos, debe faltarme bastante de él por el mero hecho de no pertenecer a ese medio millardo de personas que se han suscrito al invento de Mark Zuckerberg (y, según algunas demandas que no prosperaron, de otros más que también tuvieron la misma gran idea). Tampoco tengo PIN de Blackberry, ni sé con demasiada precisión qué es una app. Aparentemente, estoy desprovisto de algunos de los atributos de lo que en esta época implica el concepto de persona. 

No estoy en Facebook. Estoy, por lo tanto, algo aislado de la sociedad, según parece. Mi madre tiende a regañarme de cuando en cuando porque para saber de mí tengo que llamarla, y no la llamo lo suficiente. Una amiga en Estados Unidos me reclama que no puede comunicarse conmigo porque yo no estoy en Facebook. Cuando cumplo años no recibo más de diez felicitaciones, como mucho. Mi esposa no conoce a mi abuela pero ha visto unas fotos de ella de los años 70 que yo no conozco. Y estoy dejando de pertenecer a muchísimos grupos, listas, categorías humanas, estadísticas, redes y cofradías porque no tengo una cuenta, un muro, una frondosa galería sobre mí mismo disponible en Internet. 

Para encontrar a alguien con quien debo comunicarme, debo tener su número de teléfono o su dirección electrónica. Estoy en Twitter (irresistible para un periodista) y en LinkedIn (aún no sé para qué) pero no en Facebook, así que mi radio de acción de sociabilidad, el horizonte de mi capacidad amistosa o familiar, es menor que el de casi todas las demás personas que conozco. 

Quiero a mucha gente, creo yo, pero por lo visto, soy una suerte de ermitaño. 

No mantengo una granja virtual. No hago tests. 

Tengo mucho trabajo, por fortuna, y suficientes asuntos que me distraen de él, así que no necesito más. Para mí, Facebook implica más ruido, más bombardeo de lo intrascendente, más volumen en este indetenible murmullo que es la existencia contemporánea. Sin esa cuenta, el mercadeo tiene un canal menos por el que tentar mis deseos y yo tengo al menos la ilusión de que soy un poco más dueño de mi uso del tiempo. 

Así que espero seguir como estoy. O sea, fuera de Facebook. Quiero mantener algunas zonas de realidad tangible, unplugged, en mi vida social. Las libertades son para ejercerlas y yo tengo la de decirle, a Facebook, que no. Me he sumado a unas cuantas modas, a unas cuantas tendencias en teoría irreprimibles. Me he dejado llevar por muchas olas que me han metido mar adentro. Pero ésta sigue sin alcanzarme. Todavía, creo, hay cosas sobre las que podemos elegir. Yo elijo esa porción de retraso tecnológico, de lentitud, de lo que, en comparación al ritmo del presente, es parálisis. 

Elijo sostener la opinión de que Facebook no es para mí. Elijo dar un paso al costado y de pagar el precio de no pertenecer. 



de: Rafael Osío Cabrices

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